Hay dos formas de entender la Política: una es la que se define como la gestión del poder del Estado; la otra abarca el accionar social de los ciudadanos en diferentes niveles y estamentos.
En la primera acepción, la Política es el ejercicio del poder del Estado. En función de ese poder de gobernar se asignan responsabilidades, cargos y puestos. En las naciones democráticas y representativas como la nuestra, el pueblo no ejerce el poder en forma directa, sino que está representado por los Partidos. O sea, el Pueblo delibera y gobierna a través de sus representantes.
Los Partidos Políticos tratan de hacer valer sus propuestas y soluciones a los problemas sociales, y buscan el apoyo popular a través del voto, para asegurarse el poder estatal y la conducción del país. Una vez elegidos, no todos los políticos trabajan con los ideales de justicia y por los intereses de la gente. Muchos se aprovechan de sus cargos y se olvidan de sus deberes de funcionarios. Por eso “la política” se ha hecho mala fama, y a muchos les suena a demagogia estéril, promesas incumplidas, negociados entre amigos, corrupción.
Aunque este modo de pensar y de ver las cosas resulte exagerado, aparece como verosímil, porque escasean los políticos preparados y con responsabilidad ética en el desempeño de sus funciones, no solo en nuestro país, sino en el resto de América y del mundo.
La otra forma de hacer política, parte de la convicción de que no hay que dejar que las cosas las hagan solo los que manejan el poder. O bien, que el poder no está solo en el Estado, sino además en otros estamentos y organizaciones. En todas las sociedades del mundo (también en Argentina) hay intentos serios de definir la Política, no en torno al único eje de la toma del poder, sino desde el espacio civil y comunitario. Incluso se lanzó la consigna: “Cambiar al mundo sin tomar el poder”.
Así, en esta perspectiva, debe encararse el desafío de transformar la sociedad para hacerla más justa, desde otro concepto de Política. Consiste en la práctica y acción de acompañar el proceso de desarrollo social desde las organizaciones civiles y de base. Esto requiere sacarse de encima la modorra de la comodidad, y asumir un compromiso ético y social. Hay que nutrirse de otra sabiduría, como la de Mahatma Gandhi, al que llamaban “un santo entre los políticos y un político entre los santos”. Él advertía: “la verdadera liberación no vendrá de la toma del poder por parte de algunos, sino del poder que todos tendrán algún día, de oponerse a los abusos de la autoridad”.
A nivel local, el ejercicio del poder del Estado está en manos de la Administración Municipal, donde tanto el Concejo Deliberante como el Intendente constituyen ese poder delegado por el Pueblo, sin olvidar el contralor del Tribunal de Cuentas. Esos funcionarios, elegidos por el voto popular, deben respetar la voluntad del Pueblo que los eligió, expresada de antemano en la Plataforma de Gobierno que presentaron.
Pero el Pueblo puede y debe ejercer su poder a través de organizaciones e instituciones que impulsen y faciliten el desarrollo comunitario: juntas vecinales, cooperadoras, cooperativas, ONGs, cámaras, etc. Esto no significa compartir el gobierno, pero sí el poder.
Lo mejor es que ambos trabajen juntos; que el Administrador sepa dar participación a los otros estamentos, y que el ciudadano comprenda que no debe confrontar sino colaborar. El poder que fue delegado, debe respetarse. Pero los logros se potencian trabajando unidos, el Pueblo y sus gobernantes, interpretándose y reafirmándose unos a otros, cumpliendo cada uno la misión que le fue asignada, y que aceptó.
Así, la verdadera Política comprende las dos visiones enunciadas al principio. Los Administradores gestionando el poder del Estado, y los Ciudadanos accionando en los diversos estamentos sociales, todos con la misma meta: el Desarrollo Integral de nuestro pueblo.